viernes, 30 de mayo de 2008

No va en el sueldo


La imagen de este post ilustra la cara de asombro, desesperación, perplejidad, impotencia y un montón de palabros más que se le quedó a una servidora en el último pleno municipal que se celebró aquí, donde trabajo.


Mi anterior jefe me decía cada vez que me levantaba un fin de semana o me colocaba un marrón eso de que "va en el sueldo". Lo he aceptado siempre, pero a medias. Mi sueldo no es tan amplio como para aguantar ciertas estupideces.


Un gabinete de prensa se dedica a contar las historias políticas que lleva a cabo un ayuntamiento, con más o menos atino, con mejor o peor calado mediático, y poco más. Así lo veo yo. Y en ese Ayuntamiento existe un equipo de Gobierno, el que te contrata -el que me contrató como personal de confianza eventual hace casi un año-, y una oposición.


Nunca me he tomado demasiado en serio la política, quizá por eso me decían con sorna y un eco de realidad que "nunca llegaría a nada". Pero creo que tampoco es necesario para contar historias que, en las ciudades pequeñas como ésta, son más sociales que políticas.


A lo que iba, que me pierdo. El pasado jueves, una servidora, técnica laboralmente y poco más, centró uno de los puntos del debate del pleno municipal. Uno de los partidos de la oposición presentó una moción y el resto de siglas políticas entraron al trapo.


Así las cosas, ahí estaba yo, tomando nota de las descalificaciones que unos, otros y los terceros soltaban sobre mí, mi profesionalidad, mi voto, mis cualidades y mi formación.


Me jodió especialmente una frase "es que la jefa de prensa no está a la altura de este ayuntamiento". Pues eso. Tendré ahora que pegar el estirón.
Tuve a mi jefe al quite, que habló maravillas de mí sean o no ciertas. Como no tengo turno de palabra... (Gracias)


Pues eso, que como no tengo turno de palabra en los plenos, me desahogo aquí. Mi jefe no me preguntó nunca a quien voto para contratarme. Tampoco me lo ha preguntado después. Soy licenciada en Periodismo, casi siempre escribo sin faltas de ortografía y NUNCA he hecho una nota de prensa para el PSOE, ni el de esta ciudad ni el de ninguna otra.


Atiendo a todo el mundo y soy educada porque mi madre se esforzó mucho y durante muchos años. Las puertas de mi despacho no están cerradas a nadie, entre otras cosas, porque no tengo puertas.


El día que quiera entrar en un debate político me incluiré en las listas de algún partido, tomaré posesión de un cargo y prometeré el puesto. Encontes, y ese día no creo que llegue, aceptaré sin cabreo las críticas de cualquiera. Pero hasta ese momento...


Los técnicos no somos, o no deberíamos ser, el centro de un debate político. Si nadie duda del técnico de urbanismo, del arquitecto o del coordinador de juventud, que me dejen tranquila.


Ya me he quedado mejor, mire usté. Aquella noche, me tomé una copa a la salud de cada uno de ellos -así terminé-. Acepto la disculpa en la puerta de un bar, aunque no me la termino de creer.


miércoles, 28 de mayo de 2008

¿Dudas?


Hace poco, en un intermedio del trabajo, el hasta hace un rato delegado de Educación y años antes mi profesor de Historia -me llevó a septiembre injustamente, que le vamos a hacer- me preguntó por el nombre de un compañero suyo que por entonces me ofreció algunas nociones de Filosofía. Me costó acordarme de que se llamaba Isaías pero esta mañana, de golpe, me he acordado de una de esas historias que escuchas sin demasiada atención.

El tal Isaías nos intentó explicar en una de las clases la importancia de la razón y de tomar las decisiones correctas, el raciocinio y esas cosas que, cuando tienes quince años no terminas de entender, ni falta que te importa.

"Lo que diferencia al hombre del animal -nos explicó, más o menos con estas palabras- es su capacidad de decidir. El hombre puede decidir entre un trabajo u otro, un pantalón u otro, un futuro u otro, siempre con una capacidad limitada. Pero puede elegir. Sin embargo, si a un burro le pones delante cinco sacos de comida, como no tiene capacidad para decidir qué saco le conviene más, se queda parado".

Toda esta charla que nos contaba el profe de filosofía era tan absurda como sobrante de madurez para unos adolescentes. "Si a un burro le pones cinco sacos de comida, se los come. Todos. Los cinco. Y para cuando no tiene más hambre. Le da igual". Algo así he pensado siempre.

El profesor, sin embargo, mantenía que la incapacidad de decidir de los animales hacía que el burro se muriera de hambre. "A veces, al hombre también le pasa", recuerdo que contó.

Y es que hay veces en las que la duda, la incapacidad de decidir, provoca que te dejes llevar. Es una cuestión de inseguridad, de indecisión, de conformismo o, quizás, de pensar demasiado. Entre un plato de patatas fritas o una ensalada, prefiero lo primero y me quedo con lo segundo. Cuando me siento en una mesa con mucha gente, pido un plato del menú y luego caigo en que me gustaba más el que pidió el compañero de mesa.

Hay veces en las que que la duda, el miedo, nos vuelve tontos. Nos incapacita para dar un puñetazo en la mesa, para robarle el taxi al de al lado, para agarrar a alguien del brazo e impedir que se vaya, para empujarlo y lograr que desaparezca.
Después de 24 horas de dudas varias me rindo. Como dice mi madre, lo que tenga que pasar, pasará. "Si es para tí, va a ser para ti hagas lo que hagas. Si no, es que no tenía que ser", me repitió anoche.

O no. Quizá no, quizá pueda cambiar las cosas, quizá valga la pena una conversación. O puede que sea mejor dejarlo así. o...
En fin, sigo creo que sigo con dudas. O puede que no. No sé. No lo tengo claro.

Al final, o me muero de hambre o me como los cinco sacos, en plan burra.

viernes, 16 de mayo de 2008

Cuestión de necesidad


Hay mañanas en las que suena el despertador y no puedes impedir callarlo a gritos, con movimientos perezosos, con súplicas de 'cinco minutos más'. Y sigues durmiendo, al menos con un ojo, porque el sueño es más fuerte que tu responsabilidad laboral. Como decía mi abuela, "si has dormido tanto, es que habría necesidad".
Respondemos a necesidades, a impulsos, a exigencias de los jefes, los padres, los amigos, el cuerpo o la mente. Pero no a todas. Respondemos a la necesidad de beber agua cuando lo marca el cuerpo, se nos antoja una naranja cuando nos falta vitamina C y pedimos con premura un plato de patatas fritas -a las tres salsas, por favor...- cuando carecemos de Potasio.

Preguntamos la hora por favor si creemos que llegamos tarde, pedimos la vez en el mercado para llenar el frigorífico, exigimos una caña cuando el sol pega fuerte en la terraza, negociamos una subida de sueldo argumentando nuestro buen hacer y casi suplicamos un adelanto en esos meses demasiado largos y con múchas cifras rojas. En general, somos capaces de pedir cualquier cosa que necesitemos.
Casi cualquier cosa.
Porque luego observas a gente que te coloca la mano en el hombro por miedo a darte un abrazo, concentraciones de personas dispuesta a besar a cualquiera en medio de una plaza pero incapaces de pedir un beso al que se sienta enfrente cada mañana. Hay miles de videos en los que la gente ofrece abrazos gratis que regala al primer viandante que pasa. Existen personas que imaginan un gesto de cariño, que lo dibujan en forma de relato colgado en cualquier espacio libre.

Y la necesidad es la misma, pero no se respeta. Por eso, tropezamos cada mañana con miradas que transmiten un 'quiero pero no puedo', con besos perdidos, con oportunidades desperdiciadas, con retrasos que te impiden estar en el momento oportuno. Dejamos de lado la necesidad de sentir a alguien físicamente cerca pero nos tomamos ese zumo de naranja y dejamos en una palmadita en la espalda una despedida que requería algo más.
En general, somo capaces de pedir dinero prestado y nos da reparo reclamar un abrazo, solicitamos días libres pero no reclamamos un beso decente y nos desesperamos si nos quitan un puente pero aceptamos sin reparo que alguien se marche sin darnos el achuchón obligado. Todo, porque muchas veces olvidamos eso de que los abrazos son gratis, los apretones no cuestan nada y las despedidas, aunque sean para un rato, merecen algo más que un simple 'te llamo'. El cariño, el contacto, nos hace felices.

Pero, a veces, nos olvidamos de que eso también es una necesidad.