jueves, 20 de noviembre de 2008

Esa primera vez

La primera vez es importante, al menos, si es la primera vez de algo importante. Yo ayer tuve la mía.
Lo típico, a estas edades que ya tiene una, es que la gente que te rodea tome tu primera vez a cachondeo. ¡Todos tienen una opinión! Y claro, para gustos...
Hay quien te dice que al final se le pilla el gustillo, amigas que te cuentan de manera detallada eso de "la primera vez no te va a gustar pero todo es cuestión de insistir" o las que avisan: "Puede que no te agrade mucho porque la primera vez es raro, pero en buena compañía seguro que lo pasas bien".
A lo que iba, que ayer tuve mi primera vez. Estaba todo planeado desde hace unas semanas, esperando a que se dieran las circunstancias. El lunes se confirmó la cita: "El miércoles, no te rajes. Avisa en casa que no aparecerás hasta tarde". Y así lo hice. Sabíamos el sitio, la hora y estába todo preparado.
Por la mañana, un café con una amiga me sirvió para pedir los últimos consejos y contar en voz alta que había confesado que nunca lo había hecho. Me gustó. Fue raro al principio pero me encantó. Fue diferente, sorprendente, lleno de contrastes y sensaciones, algunas ya conocidas de antes y la mayoría, nuevas. Muy nuevas.
Ya hemos quedado para la próxima. A finales de mes. Con buena compañía, la misma que ayer. Quizá, en el mismo sitio. Aunque recogidito, resultó cómodo.
A finales de mes, vuelvo a comer a un japonés. Me gustó. Y es que siempre hay una primera vez y, en lo de comer pescado crudo, habrá una segunda.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Envidias

El que no envidie a nada ni a nadie que tire la primera piedra. Yo me las quedo, no vaya a ser que caigan sobre mi tejado. Porque siento envidia, mucha, casi siempre, cada vez que lo pienso, y por mucha gente:
Envidio a la señora que limpia las escaleras de mi bloque. Porque sonríe. Siempre. Aunque le pise lo fregao a las ocho de la mañana. La envidio porque su marido le da un achuchón antes de entrar a trabajar al bar de abajo.
Envidio a la gente que es capaz de sonreir desde la madrugada, a esas horas a las que yo solo sonrío si me dicen que me han dado el día libre, me ha tocado la lotería o mi sapo se ha convertido en príncipe.
Envidio a la gente que lo intenta, que lo habla, que pregunta y lucha por sus cosas. Porque lo hace. Envidio a esas personas que si creen que puede ser, lo intentan una y otra vez hasta que duele. Y las envidio, especialmente, cuando saben curar las heridas, asumir los riesgos y las derrotas y abandonar una lucha. Una retirada a tiempo siempre es una victoria.
Envidio a Roberto, un tío guapo al que no conozco de nada pero al que esta tarde vi en la tele perder punto a punto en un concurso sin perder la sonrisa. Sentí que lo pasaba bien, que no le importaba. Lo envidio por eso.
Envidio a la gente que viaja mucho, envidio a los que saben idiomas, envidio el talento, a los que olvidan hasta tal punto que pueden volver a empezar, a llamar, a los que creen que pueden y pueden sólo porque se lo creen.
Y envidio otra inmensa lista de cosas, pero en fin. A estas horas, envidio a la gente que mañana no tendrá que madrugar. Como dice mi madre....
"Si la envidia fuera tiña... tos calvos'. Yo, la primera

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Gritos


Se despierta cada noche. Cada madrugada, la misma desesperación, la misma pesadilla, el mismo grito, idéntica angustia. Y vuelve a amanecer y queda el recuerdo de esas sensaciones, el malsabor de la intranquilidad y la conciencia de que, al caer una nueva noche, volverá a pasar lo mismo. Un grito, un desconcierto, una pesadilla...


Las pesadillas no son sólo cosa de niños, recuerda cada noche. Y busca, piensa, investiga la causa de esos gritos. 'Si conoces el problema, puedes buscar la solución', se repite cada noche al cerrar los ojos.


Pero existen pesadillas que no tienen 'malos' a los que combatir. Existen gritos que son sólo un extraño refugio. Aparecen noches en vela que no tienen ni la compañía de un problema, que no responden a nada. Más inútiles, más absurdas.


'No es por trabajo, ese tema está controlado. No es la familia, los amigos. Tampoco puede ser una rubia tirana lo que le quite el sueño'.


Y cada noche vuelve a cerrar los ojos con el convencimiento de que despertará con un grito. Uno de esos que te retuercen el alma y la cara, que te empapan de sudor frío y pegajoso, que te impiden respirar provocando que lo hagas a una velocidad vertiginosa. Hasta que vuelve la calma, el sosiego, y la desesperanza de despertar con la melodía del móvil a la siete de la mañana. Y no con un grito.


Las pesadillas. Cíclicas. Cansinas. Desesperantes. Inquietantes. Irremediables.


A las cinco de la madrugada volverá a pasar. Un movimiento brusco, una respiración profunda y un grito. Y entonces despertaré, consciente de que es solo una noche más. Le miraré recuperar el ritmo de la respiración, volver a conciliar el sueño y olvidar. Porque nunca recuerda el grito, nunca recuerda que se despierta, nunca responde a las preguntas.


Se despierta, grita, me muestra su cara de sufrimiento y vuelve a dormirse. Sin más. Sin que le afecte, sin que le importe, sin enterrarse. Sin responder, sin ayudarse y sin ayudarme.


Quizá sus pesadillas solo sean mías.


martes, 4 de noviembre de 2008

Ser la misma en otro lugar...


Vuelvo después de más o menos un mes de ausencia casi justificada, el tiempo justo para hacer balances, curar heridas, darle tiempo al tiempo y ordenar la mente, los recuerdos, las sensaciones y las simplerías que colocar en este espacio. Lo hago con la portada de este libro como excusa y como agarre para volver a contar mis cosas.
Se llama 'Princesas olvidadas o desconocidas' y cayó en mis manos de soslayo hace ya unos años. Se lo regalaron a mi Kuajariño. Es un libro lleno de ilustraciones y frases escritas con mimo, una especie de exposición de cuadros en miniatura para colocarla en la estantería, un regalo hecho con atención y cariño que todo el mundo merece.
Es de esos libros infantiles pero para gente mayor, un repertorio de recuerdos que mezcla las sensaciones que causan los cuentos de hadas que nos contaba la abuela y las recompensas que, quizás, merecemos de mayores aunque nadie nos las dé.
Me gusta porque no habla de princesas de cuento que comen perdices y viven felices, ricas, guapas, rubias, y con príncipe azul. Habla del resto. De las princesas con las que podrías compartir el despacho si esto fuera un cuento de hadas más. Guarda un lugar a las princesas gordas, a las calvas, a las sucias y a las enanas, a las que no se peinan, a las de cabellos indominables, a las que no tienen memoria, a las de gafas de culo de vaso, a las abandonadas, a las que duermen en setas, en árboles o en basureros. Hay de todo, para todos.
Por todo esto, en mi trozo de corazón ñoño pienso que todo el mundo merece que le regalen este libro, quizá porque me gustaría como regalo. Lo he regalado en varias ocasiones, la última vez, a mi guachuza.
A lo que iba. Reabro con su portada porque, la primera vez que lo leí, me quedé con una de sus frases: "Ser la misma persona en otro lugar, lo cambia todo". Escribo ahora que vuelvo a la ciudad de antes aunque sin ser la misma, ahora que soy la misma que hace unos meses, pero en otro lugar. Solo queda esperar que el final también vaya de cuento. Ya os cuento .