lunes, 14 de julio de 2008

Se busca destino para las vacaciones


Me voy de vacaciones. Casi. Ya estoy en la última semana de curro, esa en la que se acumulan las cosas pendientes y desaparecen las ganas de hacer algo productivo, en la cuenta atrás. Y pido ayuda.


Le dedico una semana/ diez días a mi guachuza, un tiempo en el que nos vamos las dos a pelearnos, perdernos, volver a encontrarnos, trasnochar, quemarnos, malcomer, maldormir... Y aún no tenemos destino. Por eso, espero sugerencias.


-Nos da más o menos igual ir a la playa o a la montaña, pero tenemos poco dinero


-El verano pasado estuvimos por las playas de Cádiz y pasamos por Málaga, buscamos opciones nuevas.


-Mi guachuza no tiene carné, así que soy la única conductora. Pido rutas que se puedan hacer sin que mi cuello sufra demasiado.


-Yo soy despistada y mi hermana no ayuda demasiado. Solicitamos cosas sencillas.


Agradeciendo de antemano las sugerencias, reciban un cordial saludo


(puff, cuanto protocolo)

jueves, 10 de julio de 2008

La lista de las listas


Tengo el despacho decorado con una enorme lista de cosas pendientes, de esos encargos que debo completar antes de mis ansiadas vacaciones -ánimo, María, ya queda menos-. Tengo una lista de teléfonos de personas que me llaman, me tutean, me despistan, y a los que no conozco de nada.


Tengo listas de casi cualquier cosa. Olvido la de la compra todos los martes y recuerdo haberla dejado encima de la tabla de la plancha cuando estoy cruzando la puerta del Mercadona. He memorizado en el móvil la de los medios locales, para cuando anulo convocatorias media hora antes de la rueda de prensa. Tengo un listón de amigos a los que prometí llamar 'mañana', pero ese mañana nunca llega. Tengo otra, más pequeña, de gente a la que llamo a deshoras porque me calman del insomnio.


He elaborado mi lista de cafés inútiles, de borracheras perdidas, mi listín de buenos momentos y mi recordatorio de sueños pendientes. Al final, la vida se limita a hacer listas en las que marcamos cosas, personas, números, sueños, vacaciones, amigos, enemigos, curro y médicos. Otra cosa es que las miremos, que las sigamos. Tengo una lista de canciones preferidas, películas melancólicas, ciudades por las que he pasado, temas de los que he escrito, momentos felices, tiempos para olvidar, libros que regalar, libros que comprar...


A estas horas, tengo una lista de ejercicios que superar cuando llegue al gimnasio. Antes, tendré que terminar la lista de encargos del jefe 'para ayer', estudiar la lista de llamadas perdidas con la que he acabado la jornada matinal y comprobar si alguna merece la pena. Tengo también una lista de sitios a los que podré ir estas vacaciones, amigos a los que quiero ver antes de que ese descanso llegue, apuestas que he perdido, apuestas que no he cobrado. Y me pregunto, bajo los efectos de un insomnio demasiado largo, ¿en cuantas listas estaré?


Sé que estoy en la de personas de confianza de mi jefe, en la de abrazos de mi madre, en la de 'te echo de menos' de algunos amigos y la de 'dime algo que me anime y recuérdame que esto pasará' de otros y en la de 'nos vamos de cañas' de otro puñado. También me he colado en la de 'te deseo tal maldición' de unos, 'te deseo que seas feliz' de otros, y, en la lista de las listas imposibles de algunos.


Y tengo claras algunas cosas: no me gusta estar en la segunda lista, en la lista de espera, ni en la lista de promesas que nunca se cumplirán. Creo, que tampoco quiero estar en la de esperanzas. Al final, el que espera desespera.

miércoles, 9 de julio de 2008

Lo bueno de las bodas


Tengo esa edad -creo- en la que todo el mundo decide casarse, firmar contratos indefinidos, comprar una casa, aceptar hipotecas y pasar Nocheviejas con los suegros. Hemos dejado atrás la época de quedar en el parque a comer pipas y cotillear de ese niño al que pensábamos que amaríamos durante toda la vida. También han quedado atrás los años de litronas en el Tirapiedras jugando al duro para pillarse una borrachera tremenda con quinientas pesetas. Ahora, hemos cambiado todo eso por bodas y bautizos. Cada edad lleva lo suyo.


Reconozco que no me gustan las bodas, quizá porque todo en exceso cansa y a todo el mundo le ha entrado ganas de jurarse amor eterno.


Pero tienen cosas muy buenas. El sábado se casaron Isa y Eduardo. Ella ha pasado horas y más horas esperándome para ir al colegio, nos hemos peleado decenas de veces, hemos perdido el contacto, nos hemos confesado secretos inconfesables, he pasado vacaciones con ella y sus padres en la Alpujarra y he dejado -lo reconozco- que algunas veces se me olvide lo importante que ha sido en mi vida.


Después de toda una vida juntos, el fin de semana se casaron. Lo bueno de estos bodorrios está precisamente en que nos volvemos a ver todos. O casi. Y, además, pensamos en los que no están, sea por el motivo que sea.


Con las chicas de la foto, mis amigas del colegio, las de toda la vida, he pesado la parte más importante de mi vida. He llorado por ellas, he reído con ellas y, lo más importante, soy lo que soy por las horas que pasé con ellas.


Nos vemos de higos a brevas pero, en el fondo, siempre nos quedarán las miles de anecdotas, los recuerdos, los fines de semana de Feria, los botellones a bajo cero en los soportales de la Plaza de las Palomas en Nochebuenas, las vacaciones... El sábado, volvimos a bailar hasta la madrugada, a recordar momentos casi olvidados, a brindar por las bodas que hemos compartido y las que aún nos quedan por compartir.


Algunas ya se han casado, otras lo van a hacer este mismo verano; en el grupo, hay quien ya ha creados su familia y su futuro sin necesidad de pasar por el altar, quien lo intentó a su manera y se equivocó, y los que no lo han hecho -no lo hemos hecho- ni falta que importa que diría mi hermana.


Lo mejor de estas citas queda en las sonrisas sinceras, los momentos de ponerse al día, las promesas de vernos más -aunque luego no las cumplamos- y, especialmente, en que todos sabemos que queremos seguir viéndonos, aunque sea de boda en boda.


Cada una de ellas, de las guapísimas de la boda, ha marcado un poco lo que soy ahora y por eso se merecen este momento personal de nostalgia. No creo que me case pero, sé, que me gustaría que estuvieran.