miércoles, 9 de julio de 2008

Lo bueno de las bodas


Tengo esa edad -creo- en la que todo el mundo decide casarse, firmar contratos indefinidos, comprar una casa, aceptar hipotecas y pasar Nocheviejas con los suegros. Hemos dejado atrás la época de quedar en el parque a comer pipas y cotillear de ese niño al que pensábamos que amaríamos durante toda la vida. También han quedado atrás los años de litronas en el Tirapiedras jugando al duro para pillarse una borrachera tremenda con quinientas pesetas. Ahora, hemos cambiado todo eso por bodas y bautizos. Cada edad lleva lo suyo.


Reconozco que no me gustan las bodas, quizá porque todo en exceso cansa y a todo el mundo le ha entrado ganas de jurarse amor eterno.


Pero tienen cosas muy buenas. El sábado se casaron Isa y Eduardo. Ella ha pasado horas y más horas esperándome para ir al colegio, nos hemos peleado decenas de veces, hemos perdido el contacto, nos hemos confesado secretos inconfesables, he pasado vacaciones con ella y sus padres en la Alpujarra y he dejado -lo reconozco- que algunas veces se me olvide lo importante que ha sido en mi vida.


Después de toda una vida juntos, el fin de semana se casaron. Lo bueno de estos bodorrios está precisamente en que nos volvemos a ver todos. O casi. Y, además, pensamos en los que no están, sea por el motivo que sea.


Con las chicas de la foto, mis amigas del colegio, las de toda la vida, he pesado la parte más importante de mi vida. He llorado por ellas, he reído con ellas y, lo más importante, soy lo que soy por las horas que pasé con ellas.


Nos vemos de higos a brevas pero, en el fondo, siempre nos quedarán las miles de anecdotas, los recuerdos, los fines de semana de Feria, los botellones a bajo cero en los soportales de la Plaza de las Palomas en Nochebuenas, las vacaciones... El sábado, volvimos a bailar hasta la madrugada, a recordar momentos casi olvidados, a brindar por las bodas que hemos compartido y las que aún nos quedan por compartir.


Algunas ya se han casado, otras lo van a hacer este mismo verano; en el grupo, hay quien ya ha creados su familia y su futuro sin necesidad de pasar por el altar, quien lo intentó a su manera y se equivocó, y los que no lo han hecho -no lo hemos hecho- ni falta que importa que diría mi hermana.


Lo mejor de estas citas queda en las sonrisas sinceras, los momentos de ponerse al día, las promesas de vernos más -aunque luego no las cumplamos- y, especialmente, en que todos sabemos que queremos seguir viéndonos, aunque sea de boda en boda.


Cada una de ellas, de las guapísimas de la boda, ha marcado un poco lo que soy ahora y por eso se merecen este momento personal de nostalgia. No creo que me case pero, sé, que me gustaría que estuvieran.

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