miércoles, 5 de noviembre de 2008

Gritos


Se despierta cada noche. Cada madrugada, la misma desesperación, la misma pesadilla, el mismo grito, idéntica angustia. Y vuelve a amanecer y queda el recuerdo de esas sensaciones, el malsabor de la intranquilidad y la conciencia de que, al caer una nueva noche, volverá a pasar lo mismo. Un grito, un desconcierto, una pesadilla...


Las pesadillas no son sólo cosa de niños, recuerda cada noche. Y busca, piensa, investiga la causa de esos gritos. 'Si conoces el problema, puedes buscar la solución', se repite cada noche al cerrar los ojos.


Pero existen pesadillas que no tienen 'malos' a los que combatir. Existen gritos que son sólo un extraño refugio. Aparecen noches en vela que no tienen ni la compañía de un problema, que no responden a nada. Más inútiles, más absurdas.


'No es por trabajo, ese tema está controlado. No es la familia, los amigos. Tampoco puede ser una rubia tirana lo que le quite el sueño'.


Y cada noche vuelve a cerrar los ojos con el convencimiento de que despertará con un grito. Uno de esos que te retuercen el alma y la cara, que te empapan de sudor frío y pegajoso, que te impiden respirar provocando que lo hagas a una velocidad vertiginosa. Hasta que vuelve la calma, el sosiego, y la desesperanza de despertar con la melodía del móvil a la siete de la mañana. Y no con un grito.


Las pesadillas. Cíclicas. Cansinas. Desesperantes. Inquietantes. Irremediables.


A las cinco de la madrugada volverá a pasar. Un movimiento brusco, una respiración profunda y un grito. Y entonces despertaré, consciente de que es solo una noche más. Le miraré recuperar el ritmo de la respiración, volver a conciliar el sueño y olvidar. Porque nunca recuerda el grito, nunca recuerda que se despierta, nunca responde a las preguntas.


Se despierta, grita, me muestra su cara de sufrimiento y vuelve a dormirse. Sin más. Sin que le afecte, sin que le importe, sin enterrarse. Sin responder, sin ayudarse y sin ayudarme.


Quizá sus pesadillas solo sean mías.


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