jueves, 5 de febrero de 2009

Esas mentiras

Tardó quince días en dejar de disimular. Cuando nos conocimos, todo era perfecto para mi amigo. Luego, como nos pasa a todos, dejó ver algunos de los 'peros' que tiene en su vida.
Todos queremos ser más altos, más delgados, más elegantes y más interesantes (quizá no todos, pero a mí me pasa). Él, quería un trabajo diferente. Siempre anda quejándose de lo poco que le gusta su curro, de lo chungo que es. Siempre se queja pero no hace nada.

Mi amigo me ha contado incansablemente las penurias de su puesto de trabajo. Habla de lo feliz que era antes, en aquellos años en los que hacía lo que le gustaba. No tenía un trabajo estable, uno que le durara más de dos o tres años, pero los disfrutaba mucho más de lo que disfruta ahora.
Cuando se envalentona, mi amigo siempre dice que un día de estos lo deja, que está hartico hasta doler, que se le hace insoportable levantarse por las mañanas pensando que, un día más, pasará las horas encerrado en algo que le hunde la mirada, que en los buenos días, sólo le deja indiferente. Triste. Siempre pienso que es muy triste.
En esta época de incertidumbre laboral hablamos mucho del tema. Y yo defiendo mucho su actitud, la de seguir en el curro, y hablo de lo valiente que es levantándose cada día para afrontar la misma rutina. Me lo he creido siempre. Cada día. Cada conversación. Cada borrachera. Cada disgusto. Me he creído siempre, sin lugar a dudas, sus argumentos.
Una vez al mes amenaza con irse. Se recuerda a sí mismo que no es feliz, lo cuenta en casa, a los amigos de confianza, y empieza a hacerse fuerte. Pero nunca se va. Sé que no le dejarían dimitir pero, cuando un trabajo te consume poco a poco, tampoco hace falta que te den permiso para irte.
He defendido siempre su postura porque tiene una hipoteca, un compromiso casi incaduco que tendrá que afrontar. Y una casa para toda la vida en una ciudad que no quiere perder de vista. Y, sobre todas estas cosas, tiene un compromiso. Es un tío de compromisos, cuando tiene que responder, comprometerse, estar ahí, está. Y punto.
Defendí esos argumentos porque sé (lo he sentido en mis carnes) que se complica irte de un curro cuando nadie se arriesga a echarte del todo.
Pero el otro día dejé de creerle. Son mentiras. Para contentarse, quizá. Puede que no le gustara su curro, pero tampoco está dispuesto a probar si le iría mejor en otro. Me di cuenta de golpe porque se presentó a la última entrevista en chandal. Y eso me hizo pensar.
Si no te gusta un curro, te vas a la hora justa de salir, no regalas un solo minuto. No hablas de lo que has hecho por la mañana ni explicas lo que harás las próximas semanas. No te presentas cinco minutos antes ni perdonas un solo día de asuntos propios. No te llevas trabajo a casa ni planeas cosas para los fines de semana. No. Al menos, no entra en mi mente.
Después de todo esto, llego a una conclusión: o mi amigo es un cobarde, o un mentiroso. Me gustaría apostar por lo primero y pienso en la segunda opción. Quizá, yo solo quería creer que era la primera opción.
En fin
En rachas malas, esta canción siempre me ha levantado el ánimo.
Soy torpe, no sé colocarla directamente, pero Fito merece que pinches el enlace
En una ocasión, un compañero de curro me dijo algo así como "lo jodido es, precisamente, decidir cambiar cuando todo parece estar bien. Lo jodido es irte sin que te ehen".
Pero hay quien se va

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las peores mentiras son las que nos decimos a nosotros mismos, las que nos repetimos y repetimos en nuestro entorno como una letanía
Saludos de una Pasajera

María Ruiz dijo...

Pues sí, pasajera, no hay nada como mentirse a uno mismo porque llega un momento en el que piensas que tu mentira es una verdad. Y, además, haces que los demás también lo crean. Buen viaje y gracias por pasar por aquí.