domingo, 1 de marzo de 2009

Momentazos de la vida


Hay días que uno se levanta con el planazo de comer al sol en una terracita del Albaicín y la vida le constesta con un cielo cubierto de nubes. Ni sol ni leches. Y entonces, haciendo de ama de casa para rentabilizar el domingo, me pongo a revisar fotos de otros años con el propósito firme de poner por fin una foto en el feisbuck de las narices mientras termina la lavadora. (Ya lo he hecho, por fin)



Y entonces, te encuentras con esta foto y recuerdas que, muchas veces, la vida te regala momentazos, noches de Reyes en las que, los de Oriente, te ofrecen el mejor regalo posible.



Fue el 5 de enero de 2008. Por cortesía de la Cruz Roja de mi pueblo, me convertí en el negro más admirado del mundo (con permiso de Obama, claro). Hacía más frío que un día con mucho frío pero todo eso se olvidó en unos minutos. Y es que hay sonrisas con capacidad de derretir hasta el mayor de los témpanos de hielo.



Quedamos el día 5 a las 5 de la tarde. Una mini sesión de maquillaje, un plano, una ambulancia cargada de regalos y muchos objetivos por cumplir. Todo, porque la generosidad de vecinos y empresas nos iba a convertir en magos, en esos privilegiados que se encargarían de llevar la magia a un puñado enorme de niños que no iban a tener ningún regalo para esa noche.



Una casa a la que hay que entrar descalzo. Cinco niños con nombres impronunciables. Dos dramas familiares. Olor a incienso y te, un informativo en árabe presidiendo desde la tele el ambiente del salón. Túnicas de gala esperando nuestra llegada... y mil sonrisas.



Ellos, los niños de esa casa, no creen en el dios de este país. No creen en los Reyes Magos ni tienen dinero para hacerlo. Pero te abrazan sin asustarse de tu pintura cutre de color negro, se les iluminan los ojos al abrir esos paquetes, te lo agradecen con toda la sinceridad de un niño de tres años y te vuelven a abrazar.



Y eso, esa enorme satisfacción que no voy a olvidar en la vida, se repitió una y otra vez hasta altas horas de la madrugada. El frío se quedó perdido en algún rincón de la ambulancia y todo se convirtió en una ilusión fantástica. Casa por casa, timbrazo a timbrazo, las horas pasaron con abrazos, lágrimas, algún que otro niño asustado por los disfraces, regalos y más regalos.



Es entonces cuando todo cambia de sentido, cuando la frase esa de que regalar es tu mejor regalo cobra sentido. Un momentazo que nunca olvidaré porque no recuerdo sus nombres, sus regalos ni sus dramas, no podré imaginar su día a día, sus progresos ni sus decepciones, pero siempre recordaré esos abrazos, las sonrisas y los besos como el de la foto.



Para ver más, sigue este enlace, que es sólo un trocito de aquella maravillosa noche.


No hay comentarios: