viernes, 19 de septiembre de 2008

Personas


La vida está llena de historias, de las historias de personas que se cruzan en el camino de cada uno de nosotros con mayor o menor fortuna. Cada uno, para bien o para mal, te cambia el carácter, te mejora o empeora un desayuno, te alegra una mañana o te jode un minuto de tu existencia.



Y están ahí, como la Luna, los veas o no los veas.


Aprovecho que mis lectores son reducidos y de confianza para hablar de personas. Cualquier relación de nombres será solo una cuestión de azar. No hay que buscar más allá.

Mi guachuza siempre me dice que no tengo alma. No la tengo por atea, por llorar cuando pasa algo por falta de fe. Qué se le va a hacer, soy así. Pero tengo corazón. Lo sé porque últimamente lloro viendo la tele con historias que no son mías, me emocionan canciones de la radio y sueño con todos los familiares o amigos que ya no están.

Cuento esto para empezar hablando de mí y seguir así hablando de otros.

Conozco a María desde que nací. Más bien, ella me conoce a mí desde entonces y yo desde que tengo memoria familiar. Es una santa. En casa, siempre lo decimos. Con ella no basta decir que se ha ganado el cielo. Yo siempre preciso, se ha ganado una puerta enorme solo para ella, para que llegue por una entrada VIP y suba hasta el paraiso celestial por unas escaleras mecanicas en plan 'corte inglés'. Se lo ha ganado por paciente, por constante, porque nos hace reir como nadie más y porque aguanta lo que aguanta en casa.

Conocí a Ángel hace un gran puñado de años. Ángel porque tiene ángel en la mirada, porque tiene cara de triste pero le brillan los ojos. Es de esas personas de las que te acuerdas a pesar del tiempo porque soñaba con ser director de cine y se conformó con montar un videoclub. Y no lo hizo por falta de talento, sé que lo tiene. No lo hizo por falta de ambición, de ganas, de medios... Lo hizo porque se conformó con ser lo que la gente esperaba que fuera. Y de él, esperaban un videoclub coqueto y solvente. Nada más.

Sonia va de dura. Pasea por el curro presumiendo de sus borderías, ofreciendo desaires y escondiéndose en las barras de un bar cuando todo el mundo se coloca a bailar en el centro de la pista. Pero todo es fachada y si sabes como hacerlo, logras que baile contigo.

Y podría seguir, y seguir, y sería eterno. Porque por mi vida ha pasado gente que quería vivir en una gran ciudad cerca de un aeropuerto para poder recorrer el mundo, y se ha hipotecado en un puñetero pueblo aislado de casi todo como si estuviera en una cárcel de oro. Personas que pasean medio desnudas cada día para que nadie las mire por dentro, gente que se sienta a tu lado porque se conforma con pasar un rato sin más, mirando como trabajas. A eso, aún no sé cómo responder.

Personas, a las que ves. A las que no ves. Que te marcan. Que te hieren, que te curan. Que te dejan cicatrices y te las borran.




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